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El último lujo: recorrer los canales de Francia en una barcaza exclusiva

El último lujo: recorrer los canales de Francia en una barcaza exclusiva
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viernes 17 de mayo de 2019, 07:00h
La Provenza ofrece naturaleza, bellos pueblos, ruinas romanas y las huellas de Van Gogh. id:45386
Los cruceros fluviales son una forma única de disfrutar en los grandes ríos del mundo en barcos de pequeño tamaño, para no más de 200 pasajeros, pero con todo lujo de detalles a bordo, entre otros, alta gastronomía y los mejores vinos. La compañía CroisiEurope, líder europeo en este tipo de travesías con más de 55 barcos y aumentando cada año, permite recorrer ríos como el Danubio, el Rin, el Sena, el Ródano, el Loira, el Volga, el Duero, el Guadalquivir y muchos más en Europa y, desde hace poco, también otros en distintos continentes, como el río Chobé, el lago Kariba y en los meandros más bellos de África Austral, el río San Lorenzo y el lago Ontario en Canadá o el delta del Mekong en Vietnam y Camboya.

Lo último que propone la compañía son pequeños recorridos por algunos de los canales de Francia a bordo de “peniches”, unas barcazas de solo diez camarotes, pero con servicio y atenciones de lujo. Un lujo distinto al habitual. Los camarotes son pequeños, con dos camas de 70 centímetros, baño con ducha, televisor y aire acondicionado, el salón es también pequeño con una butaquitas y mesas, lo mejor es la terraza que incluso tiene jacuzzi, la cubierta con tumbonas y, por supuesto, el comedor, con apenas seis mesas pero con un magnífico chef en la cocina que elabora obras de arte culinario, en este caso, nada pequeñas, acompañadas de vinos franceses excelentes y barra libre durante todo el crucero.

Y el lujo también de sentirse único navegando dentro de ese jacuzzi, o saboreando un gin-tonic en la terraza, leyendo un libro y tomando el sol en la cubierta o charlando con los otros pocos pasajeros, mientras desfilan los campos y pueblos del interior, las lagunas que acogen pelícanos, garzas y un sinfín de aves migratorias, colinas y verdes pastos, bosques refrescantes y campiñas, casas de labranza y pequeños palacetes que se alzan en las orillas.



Las propuestas de CroisiEurope se centran en los canales próximos a Loira, Provenza, Marne, Doubs, Rin, Ródano y Borgoña. Todos ellos suelen ser de siete días y son gratis todas las excursiones. Además de todas las comidas y bebidas a bordo, se incluye cena y noche de gala, cóctel de bienvenida, Wifi gratuito a bordo, seguro asistencia/repatriación y tasas portuarias. También hay bicicletas a bordo por si uno quiere conocer los lugares de las escalas por su cuenta. Los seis miembros de la tripulación aseguran una atención al detalle, lo que convierte estas travesías en una opción excepcional para disfrutar de un crucero de gran valor cultural con total privacidad.

De la ciudad de Paul Valery a la de Van Gogh

Aunque en el recorrido por los canales de Provenza abunda la naturaleza, la fauna, la buena gastronomía, los pueblos con encanto y los paisajes tranquilos, también es posible encontrar cultura. El recorrido elegido en esta región, nos llevará desde Sète, la ciudad natal del poeta Paul Valéry y del cantautor Georges Brassens a una de las residencias durante casi dos años del pintor Van Gogh y donde perdió su oreja en Arlés, adonde también acudieron sus compañeros Picasso y Gauguin.



Tras su aspecto portuario y sus calles llenas de vida, sus playas kilométricas –más de 12 kilómetros en un Parque protegido–, y sus canales centenarios jalonados por embarcaciones deportivas, Sète esconde una ciudad fascinante y muy diferente a sus vecinas en el sur de Francia. Su origen se remonta a 1666, cuando el “Rey Sol” Luis XIV de Francia dictó que el Canal du Midi que uniría el Atlántico con el Mediterráneo, ahorrando a mercancías y pasajeros bordear la Península Ibérica, debía morir a los pies del monte Saint-Clair, de 183 metros de altura y símbolo de la ciudad, tras atravesar las mansas aguas de la laguna de Thau.



Llamada la “Venecia francesa” por sus muchos canales, curiosamente Sète tuvo como primeros habitantes a pescadores italianos que arribaron atraídos por la pesca y le dieron un toque latino que todavía impregna sus calles más estrechas y empinadas. Sète es hoy día un puerto pesquero de primer orden, el más importante del Mediterráneo, como atestiguan su gran lonja del pescado y los enormes atuneros que descansan en el Canal Royal tras regresar cada tarde de faenar. Traen del mar pescado azul y blanco, mientras que de la laguna de Thau provienen las ostras y los mejillones, principalmente; por lo que tanto el mercado de la ciudad como sus restaurantes ofrecen una excelente selección de este producto fresco, convirtiendo Sète en un verdadero paraíso para aquellos que saben apreciar la gastronomía basada en el pescado y el marisco. Sin olvidarse de las características tielles, unas sabrosas tortitas típicas de la región, rellenas de pulpo picante y otros condimentos que se pueden acompañar con cualquiera de los excelentes caldos de la región de Languedoc-Rosellón.

Tras la primera noche a bordo, con cóctel de bienvenida, presentación de la tripulación y cena, y después de conocer al día siguiente el cultivo de ostras en la laguna de Thau, y tener una degustación de ostras y mejillones, por la tarde se hace una excursión a Saint-Guilhem-le-Désert, uno de los pueblos más bellos de Francia, en un entorno natural salvaje y preservado, con bonitas y empinadas callejuelas, el llamado Puente del Diablo, la preciosa y animada plaza central, a la sombra de un gigantesco plátano, que sirve de entrada a la hermosa iglesia abacial románica de Gellone.



Relajo a bordo y visitas en tierra

Y comienza la navegación. El plan es todos los días lo mismo, suculento desayuno, paseo tranquilo en la barcaza por la mañana, comida gastronómica con buenos vinos y visitas por la tarde. Ya en el tercer día se llega a Palavas-Les-Flots, capital de la Camargue, una región que se caracteriza por sus manadas de caballos, que nacen marrones y al crecer se hacen blancos, y sobre todo por sus toros, negros y con los cuernos en forma de lira, que se remontan a tiempos de los romanos, con los que se practica una suerte de corrida, aquí llamada carrera camarguesa, en la que los jóvenes raseteurs desafían a los toros para tratar de quitarles las escarapelas, borlas y cordeles que se han enganchado a sus cuernos. Es una suerte parecida a la de los recortes que se celebran en algunas localidades españolas, pero tal vez más peligrosa ya que no solo hay que sortear al toro sino acercarse mucho a sus cuernos, quitarle los adornos y luego salir corriendo y saltar la barrera, que con frecuencia el toro salta también. Los animales, además, están muy resabiados ya que hacen estas actuaciones durante 5 a 8 años. Eso sí, en Camargue nunca se les da muerte en la arena, aunque su carne tiene incluso Denominación de Origen.

Nueva mañana de navegación por el canal del Ródano a Sète, recorriendo el Parque Natural de la Camargue, tierra de pantanos, maravillosa reserva natural de 85.000 hectáreas donde abunda la fauna y la flora más ricas y pintorescas de Europa. Este canal es una cierta prolongación del célebre Canal du Midi, declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1996.

Uno de los lujos de este crucero es, una vez más, el reencuentro con la calma, con la naturaleza, con las cosas sencillas. Es tiempo de olvidarse de las prisas habituales, de los ruidos de la ciudad, de las aglomeraciones. Es tiempo de escuchar el silencio, de observar los reflejos del agua, de relajarse viendo el lento trascurrir de las orillas en las que algunos pacientes pescadores tratar de conseguir el almuerzo con pequeños peces, mientras alguna garza lo hace escarbando en busca de lombrices. A lo lejos se vislumbran campos de lavanda, la imagen más genuina de Provenza, plantaciones de cereal, vides y olivos. De vez en cuando se pueden observar alcatraces que vuelan en formaciones largas, con pinceladas negras en el cuello amarillo, gaviotas de pechugas níveas y mantos renegridos, que lanzan gritos bulliciosos, pequeños petreles y patos que chapotean en la superficie del agua con patas palmeadas. La lenta navegación solo se ve interrumpida ligeramente por el cruce de otras barcazas o el paso de las exclusas.



Otro lujo y placer, sin duda, es la gastronomía que se sirve a bordo, que sorprende dado el pequeño tamaño de la cocina. Como en todos los cruceros de CroisiEurope, éste es uno de sus aspectos más destacados, con la compañía de chefs excepcionales que elaboran espléndidas comidas elaboradas con esmero, paciencia y talento. Del entrante al postre, incluyendo siempre una selección de quesos franceses, consiguen refinados menús, que aúnan a la perfección región, frescura y novedad. Sin olvidar por supuesto la degustación de vinos seleccionados por Serge Dubs, galardonado mejor sumiller del mundo en 1989.



Al final del camino, espera la ciudad fortificada de Aigues Mortes con una historia tumultuosa y múltiples excursiones que recuerdan que su destino era ser un puerto de guerra dirigido hacia el mar. Su nombre proviene del latín Aquoe Mortuoe y se refiere a la época en la que la ciudad aún no existía y únicamente se encontraban en la zona marismas y pantanos. Para proteger la ciudad se construyó un gran torreón que pudiese albergar una guarnición y que también sirviese de faro, la Tour Constante, principal icono de la villa, y después todo el sistema de defensa que contiene la ciudad vieja con sus 1.634 metros de murallas, sus puertas fortificadas, sus veinte torres y su camino de ronda. De este puerto partieron las cruzadas de 1248 con el rey San Luis al frente, y 1270. Aunque la suculenta comida que ofrece el barco y la libertad de elección de cualquier bebida lo hace innecesario, las callejas y plazas de Aigues Mortes, siempre animadas, es un buen lugar para hacer un alto y tomar un aperitivo.



Pero también hay que encontrar un momento para visitar las enormes salinas que llegan hasta el pie de las murallas y ocupan 18 kilómetros de largo por más de 13 de ancho. Allí se consigue la célebre flor de sal de Camarga. Este es uno de los lugares favoritos de los flamencos, que abundan por centenares, ya que entre sus aguas se cría la artemia, una especie de camarón o gamba pequeña responsable del color rosa del plumaje de los flamencos. También las lagunas de sal se vuelven rojas en ocasiones creando un espectáculo único.



Ya en los últimos días de viaje, llegan quizá los lugares más atractivos. Mientras las mañanas se dedican como siempre a lenta navegación, muchas veces en paralelo con las plantaciones de arroz que forman extensas lagunas y producen otro de los ricos manjares de esta tierra, el arroz de Camarga, por las tardes, tras el suculento almuerzo, hay visitas interesantes. Una de ellas es la encantadora ciudad de Saintes-Maries-de-la-Mer, un pueblito de pescadores veraniego y lugar destacado de peregrinación para los gitanos que veneran a la virgen negra Sara, compañera de las dos Marías que fueron las primeras testigos de la resurrección de Cristo; en mayo se prepara la fiesta gitana más grande de Europa. El pueblo está lleno de pequeñas tiendas y restaurantes en los que no faltan gigantescas paellas hechas con el arroz de la zona y recubiertas de mejillones, la “gardiane”, estofado de carne de toro, o las chirlas. Casi el único monumento es la iglesia de Notre-Dame-de-la-Mer, construida en el siglo XII y fortificada en el siglo XV, que más parece una fortaleza que una iglesia.

Final de navegación en la magnífica Arlés

Tras una nueva mañana de navegación se llega a Arlés. Su infinita belleza, su patrimonio histórico con importantes vestigios romanos y románicos y el hecho de que sus espacios naturales hayan sido incluidos en la red de la Reserva Mundial de la Biosfera, han propiciado que esta ciudad sea declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Aunque la ciudad cuenta una larga historia que se remonta a 2000 años de los que conserva importantes monumentos, es conocida sobre todo porque enamoró a Van Gogh y otros pintores, gracias a su mágica luz. Aquí vivió el holandés y en tan solo 15 meses de estancia, vio cómo se desarrollaba su periodo más productivo. En 1888 concibió nada menos que 300 obras en su célebre Casa Amarilla, que fue destruida tras la guerra. Aunque hoy, ninguna de sus telas se encuentre en la ciudad.



Hoy en día se recuerda su presencia en numerosas placas que reproducen sus obras en el lugar donde fueron concebidas. Por ejemplo, en la céntrica Place du Forum, se reproduce “Terraza de café por la noche” y se ve la fachada amarilla del café que hoy lleva su nombre. Otra de las obras fue “Jardín del hospital en Arlés” que hoy puede visitarse, se trata del hospicio al que fue llevado tras el famoso accidente con su oreja tras una disputa con Gauguin (y tal vez por efecto del exceso de absenta), junto al que residió un tiempo en Arlés. Unos 10 lugares están señalizados, además de los mencionados: el muelle del Ródano para “Nuit étoilée”, la plaza Lamartine para la “Maison jaune” o la carretera a lo largo del canal de Arlés a Bouc para “Las Lavanderas”. También el anfiteatro romano y la necrópolis de Alycamps aparecen en varios de sus cuadros.



Gracias al trabajo de arqueólogos, hoy se puede visitar una gran colección de edificios del periodo romano, como su anfiteatro de finales del siglo I y que hoy en día sigue funcionando para casi 12.000 espectadores que asisten a espectáculos taurinos. También el teatro romano en el corazón de la ciudad. Tampoco hay que olvidar la importancia de sus monumentos románicos como el delicioso claustro de la iglesia de Saint Trophime, recientemente restaurado y que presenta esculturas de excepcional calidad en sus galerías que datan del siglo XII y del XIV.



En un futuro próximo, Arlés contará con otro hito arquitectónico. Se trata de la fundación Luma, centro de arte e investigación en un singular edificio del arquitecto Franck Gehry, que albergará salas de trabajo, de conferencias y residencias de artistas.

Aunque la ciudad da para mucho, hay que encontrar tiempo para escaparse al pueblo medieval de Les Baux-de-Provence que se alza en lo alto de las colinas, vigilando las canteras abandonadas y con la mirada puesta en el mar Mediterráneo, esta ciudadela medieval es uno de los destinos turísticos más conocidos de la puerta de la Provenza y uno de los pueblos más bellos de Francia. Fue fortaleza medieval de importancia que sólo fue desmantelada en el siglo XVII por Luís XIII. De este período quedan numerosos monumentos como el castillo ducal y las murallas y torres defensivas. También destaca por la cultura y las referencias artísticas que ha provocado en literatos, músicos y artistas. Los poetas y novelistas provenzales del XIX investidos por el romanticismo cantaron odas a su pasado medieval. Así les Baux aparecen en la obra de Mistral, Daudet, Pagnol... Hoy son las galerías y exposiciones de arte las que han tomado el relevo a los literatos del XIX.



El crucero toca a su fin. Desembarcamos no sin pesar los 11 pasajeros de esta travesía –dos parejas de ingleses, tres encantadoras abuelitas noruegas, dos franceses y dos españoles– El recorrido a la inversa llevará a 20 intrépidos canadienses que han llegado desde su lejano país para descubrir los encantos de las tierras y aguas de Provenza.

CÓMO IR.
Ni Sète ni Arlés, comienzo y final, o viceversa, de esta travesía, tienen aeropuerto. Según el buscador de vuelos www.jetcost.es, el aeropuerto con vuelos directos desde España más cercano es Marsella y desde allí se puede llegar en tren o en coche de alquiler a cualquiera de las dos ciudades. Otra posibilidad es utilizar el tren de alta velocidad AVE-SNCF en cooperación, que une Madrid y Barcelona, y las ciudades intermedias con Narbona, Béziers o Montpellier y luego continuar con los trenes franceses que son cómodos y baratos.

Fotos: Carmen Cespedosa

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