No ha sido una gran sorpresa conocer la noticia de que los Juegos Olímpicos de Tokio finalmente se disputarán sin la asistencia de público a los estadios. El estado de emergencia por coronavirus no ha parado de extenderse en la capital nipona, así como en otras tres prefecturas importantes y, además, los casos parecen seguir aumentando. id:74062
Obviamente los detalles de las negociaciones entre el gobierno japonés y el Comité Olímpico Internacional (COI) para haber tomado esta difícil decisión, no se harán públicos, pero parece evidente que ha sido una decisión de compromiso entre ambas partes, en las que la primera a toda costa querría liberarse definitivamente del yugo de tener que organizar los Juegos Olímpicos, mientras que los segundos no contemplaban otra posibilidad más que los juegos siguieran adelante a toda costa.
Las encuestas actuales en Japón, muestran que casi el 70% de la población no quiere que los Juegos Olímpicos se lleven a cabo, pero el gobierno nipón ha insistido durante mucho tiempo en que no había duda de que los Juegos Olímpicos se celebrarían y serían seguros. Sin embargo, era cuestión de tiempo, especialmente con la escalada en los contagios del COVID 19, que el gobierno cediera a la presión de la opinión pública e intentara tranquilizarla diciendo que los Juegos Olímpicos no iban a estar por delante de la salud y seguridad del país, eso sí, reconociendo que no era a ellos sino al COI, a quien le correspondía la decisión de cancelar o no los Juegos. Hace ya mucho tiempo, tanto como el pasado verano incluso, (que es cuando en realidad deberían haberse organizado los juegos), que Japón quiso desligarse del compromiso de ciudad/país organizador. En Tokio tenían claro esa máxima empresarial de que el mejor negocio. es salirse lo antes posible de un mal negocio. El problema radica, en que solo el COI tiene potestad para cancelar unos juegos, así que imaginen lo leonino que puede llegar a ser el contrato entre la entidad olímpica y la ciudad anfitriona.
Obligados a seguir adelante y sin plan ‘B’
Y mientras alrededor de las cuestiones de salud y seguridad a ambos lados de la mesa negociadora se discutía sobre galgos y podencos, la fecha de no retorno del mes de Julio se acercaba. Finalmente, no le quedó otra opción al gobierno japonés, que la de seguir adelante con los Juegos, pero en un programa reducido a los absolutos mínimos, en el que la parte más llamativa sería la ausencia de público.
Siendo un elemento bastante desalentador ver las gradas vacías en cualquier competición, podría pensarse que el seguimiento masivo por televisión podría mitigar el desastre económico. Unas audiencias masivas a nivel global contentarían por un lado a los patrocinadores del COI y por otro, nos recordaría durante este verano las maravillas de ese gran país que es Japón. Sin embargo, si algo nos ha enseñado la pandemia, es que el deporte sin público en vivo provoca en general un efecto desenganche de las competiciones.
Pese a que la lógica inicialmente sugería, que a falta de poder acudir presencialmente a eventos deportivos iba a provocar un aumento del consumo televisivo, la realidad ha demostrado que no sólo no ha ocurrido esto, sino que las caídas en seguimiento televisivo que venían produciéndose de un tiempo a esta parte, si cabe se han acentuado. Véase como ejemplo notorio los play-off de la NBA el año pasado, que se celebraron sin presencia de público en los pabellones y su seguimiento en televisión decayó un 50% con respecto al año anterior. Otro ejemplo lo tenemos en la todopoderosa Champions League de fútbol, que también ha sufrido una importante bajada en seguimiento televisivo, por el efecto combinado de no poder verse en lugares públicos como bares y restaurantes a causa de las restricciones, las incertidumbres familiares en tiempos de pandemia que invitan a eliminar gastos superfluos como suscripciones a plataformas de pago y fundamentalmente, por el efecto desenganche que produce en los seguidores del deporte, el no poder acudir a eventos deportivos en vivo. Los deportes simplemente no son lo mismo para verlos en la televisión, cuando no hay nadie allí para verlos en persona.
¿A quién le importa, dirán algunos, que las audiencias televisivas bajen si en lugar de un televisor la gente lo está viendo en un smartphone o en una tableta? El problema de esta teoría es que en realidad no sabemos cuántas personas están siguiendo el deporte a través de las nuevas plataformas y hay que hacer una especie de acto de fe con los tenedores de los derechos de retransmisión. Va a ser sin duda interesante comprobar si todas esas compañías de televisión en abierto o de retransmisiones en ‘pay per view’ que pagaron fortunas al COI por los derechos de emisión rentabilizarán su inversión, porque si hacemos caso a la tendencia vigente, no parece que vaya a ser el caso.
Japón y Tokio los grandes perdedores
Sin embargo, los grandes perdedores de toda esta situación serían Japón y la ciudad de Tokio, pues más allá del agujero económico de un presupuesto que se ha disparado hasta los 26 mil millones de dólares, sobre los 12 mil iniciales, se ha perdido una maravillosa ocasión de hacer de la necesidad virtud y haber convertido esta atípica edición de los Juegos olímpicos, en las primeras olimpiadas verdaderamente virtuales/digitales de la historia.
Mas delito tiene la cosa, teniendo en cuenta que Japón históricamente ha sido un país puntero en el apartado tecnológico y sin embargo, el gobierno ha estado mas pendiente siempre de ver si podía quitarse de encima la pesada losa de la celebración de los Juegos, que en la preparación de un plan ‘B’, que permitiera una experiencia diferente de vivir los juegos a todos los seguidores del deporte del planeta. Para haberlo logrado, debería haberse puesto manos a la obra hace un año, justamente cuando se decidió aplazarlos, pues no era demasiado difícil aventurar un escenario complejo en lo referente a restricciones en el movimiento de personas.
Los patrocinadores más avispados sin duda nos van a sorprender, con innovadoras activaciones digitales de sus patrocinios, pero es mucho lo que se podría haber hecho desde el comité organizador para haber digitalizado de arriba abajo la experiencia de vivir las olimpiadas. Por supuesto que es mucho lo que se puede hacer con alardes tecnológicos como la realidad aumentada, pero a veces hay algo tan simple como la acción coordinada con los atletas a través de sus propios canales en las redes sociales y que ahora por falta de tiempo no podrá hacerse.
El Rally Dakar es un buen ejemplo de esta oportunidad, pues los impresionantes números que obtiene esta competición en las redes sociales, se deben en gran medida a la suma de todo el contenido generado por los propios participantes de la prueba. La organización consciente de ese potencial, a diferencia de otros promotores, no sólo no les pone problemas para que filmen, fotografíen o hagan streaming desde su ‘territorio’, sino que a menudo les ayuda incluso, proporcionándoles imágenes generadas por la propia organización para alimentar sus canales.
Imaginen si en un plan coordinado con las federaciones de cada país, el comité organizador diera facilidades tecnológicas y de contenido a los deportistas, para que estos manden sus vivencias a sus seguidores. Es gigantesco el impacto que grandes figuras globales del deporte como John Rahm pueden generar a través de sus redes sociales respecto a su participación olímpica, pero no olvidemos, que cada uno de esos más de 11 mil atletas participantes también tienen su comunidad de seguidores. Al final, la suma de todos ellos podría suponer sin duda unos números de difusión tan espectaculares como para que compensaran las previsiblemente bajas audiencias televisivas, así como la ausencia de público en las competiciones. Una oportunidad perdida que tendrá que espera a mejor ocasión.