Hace diez años el Gobierno de Brasil firmó un acuerdo histórico con el pueblo indígena guaraní, por el que se comprometía a identificar todas sus tierras ancestrales.
Hace diez años el Gobierno de Brasil firmó un acuerdo histórico con el
pueblo indígena guaraní, por el que se comprometía a identificar todas sus tierras ancestrales.
El principal objetivo del acuerdo, elaborado por el Ministerio Público Federal de Brasil (Fiscalía) era acelerar el reconocimiento de los derechos territoriales de los guaraníes en el estado de Mato Grosso do Sul.
Sin embargo, una década después, la mayoría de las mediciones de tierra ni siquiera se han llevado a cabo y el fracaso de las autoridades en reconocer los derechos territoriales de los guaraníes sigue teniendo un impacto terrible sobre su salud y bienestar.
Sin esperanza inmediata de recuperar sus tierras y reconstruir sus medios de subsistencia, miles de guaraníes permanecen atrapados en reservas masificadas donde los procuradores dicen que la tierra es tan escasa que “es imposible la reproducción de la vida social, económica y cultural”.
Otras comunidades guaraníes viven a los lados de concurridas carreteras o en pequeñas parcelas de la que fuera su tierra ancestral, rodeados de inmensas plantaciones de caña de azúcar y soja. No pueden cultivar, pescar ni cazar, y no tienen siquiera acceso a agua potable.
El personal sanitario reporta que estas comunidades sufren graves efectos colaterales por los pesticidas que utiliza el agronegocio. Algunas comunidades dicen que sus fuentes de agua y sus hogares están siendo deliberadamente rociados con pesticidas por los terratenientes agroganderos.
Un estudio reciente estimó que el 3% de la población indígena en el estado podría estar siendo envenenada con pesticidas, algunos de los cuales están prohibidos en la Unión Europea.
La malnutrición es habitual, especialmente entre bebés y niños pequeños. Según explica Gilmar Guaraní: “Los niños lloran y no aguantan más. Es el mismísimo sufrimiento. La mismísima debilidad. Prácticamente están comiendo tierra. La situación es desesperada, no van a aguantar”.
Mato Grosso do Sul alberga la segunda mayor población indígena de Brasil, con 70.000 indígenas pertenecientes a siete tribus.
Terratenientes ganaderos y el agronegocio les han robado gran parte de sus tierras ancestrales, y ahora apenas ocupan un 0,2% del estado.
John Nara Gomes, declaró: “Actualmente la vida de una vaca vale más que la de un niño indígena (…) Las vacas están bien alimentadas, mientras que los niños pasan hambre. Antes éramos libres para cazar, pescar y recolectar frutos. Ahora los pistoleros nos disparan”.
La desesperanza entre los guaraníes por la pérdida de sus tierras y de su vida autosuficiente se refleja en las tasas extremadamente altas de suicidio. En el período comprendido entre los años 2000 y 2015 se produjeron 752 suicidios. Desde 1996, las estadísticas revelan niveles de suicidios 21 veces superiores a la media nacional entre los guaraníes. Y posiblemente las estimaciones no reflejen todos los casos reales, dado que buena parte de los suicidios no se registran.
Los guaraníes también hacen frente a altos niveles de violencia y son constantemente atacados por los pistoleros de los terratenientes agroganderos cuando intentan recuperar partes de su tierra ancestral. Datos recientes muestran que el 60% de todos los asesinatos de pueblos indígenas en Brasil ocurrieron en el estado de Mato Grosso do Sul.
Con un Gobierno y un parlamento dominados por el poderoso sector del agronegocio, los terratenientes en Mato Grosso do Sul no cederan ni un centímetro. Muchos han recurrido a los tribunales como táctica dilatoria para desafiar la identificación de los territorios guaraníes. Un territorio guaraní clave lleva acumuladas 57 respuestas legales.
Pero a pesar de este escenario sombrío, muchos guaraníes siguen decididos a luchar: “Brasil siempre fue nuestra tierra. La esperanza que alimento y voy a alimentar es la demarcación, porque sin ella no podemos cuidar de la naturaleza ni alimentarnos, y por ella vamos a luchar y a morir”, dice Geniana Barbosa, una joven mujer guaraní.