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Oprimidos por el capitalismo, redimidos por el sandinismo

José Aragón.
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José Aragón.

OPINIÓN: Por José Aragón, pintor y escritor nicaragüense

jueves 27 de diciembre de 2018, 18:20h
Mi comunidad, Colama, está asentada sobre la cumbre de un cerro pedregoso lleno de subidas y bajadas que bien podría ser el lugar perfecto para entrenar a escaladores de alto rendimiento, de esos que se atreven con el K2 o El Everest.

Pero el esfuerzo que supone alcanzar la cima de mi cerro querido ¡vale la pena! ya que está recompensado con el más hermoso de los premios: una vasta panorámica de todo el paisaje sur nicaragüense con el lago Cocibolca, el volcán Mombacho y la Isla de Ometepe incluidos. Con ese hermoso panorama ante nuestros ojos no es de extrañar que quienes hemos nacido sobre aquel cerro vayamos por la vida convencidos de ser los legítimos dueños del horizonte, de los resecos vientos de abril y de las más bellas lunas llenas de Nicaragua.

Al igual que Machu Picchu, Colama fue fundada por nuestros bisabuelos sobre aquel cerro aislado e inhóspito, como resultado del acoso, persecución y desalojo violento de sus antiguas tierras fértiles por parte de poderosas familias terratenientes de las castas libero-conservadoras que durante siglos reprimieron, marginaron y explotaron sin escrúpulos ni compasión al campesinado nicaragüense. Los abuelos, en su huida desesperada, llegaron a ese cerro derrotados, humillados, aterrorizados, sin nada más que con la esperanza de que aquella inaccesible cumbre les permitiera sobrevivir y les protegiera de la feroz cacería que ya se había cobrado la vida inocente de muchos de sus familiares, asesinados a sangre fría por sicarios pagados por los terratenientes.

En torno a dos cristalinos manantiales que emanan serenos y abundantes de las entrañas del cerro, seis humildes familias exhaustas de deambular sin rumbo por valles, montes y cañadas, decidieron edificar allí sus precarios y destartalados ranchos e intentar el comienzo de una nueva vida. Ya instalados en sus clandestinos hogares, hubo un breve tiempo de relativa calma que les permitió acomodar sus tinajas, fogones y tapescos; levantaron las primeras cosechas para autoabastecerse, nacieron sus primeros hijos y comenzaron a soñar en un futuro de tranquilidad y paz hasta que, de nuevo, la poderosa familia Mondragón, terratenientes de mucha influencia en los estamentos políticos de la época, comenzó un nuevo acoso reclamando como suya aquella pedregosa colina, regresando así el suplicio, la persecución militar y judicial, la cárcel y las amenazas de muerte para los sufridos fundadores de Colama.

Nuestros abuelos, pobres pero valientes, esta vez estaban decididos a no seguir errando por aquellas serranías. Determinaron enfrentarse al poder que nuevamente intentaba avasallarlos. Invirtieron en la batalla los pocos recursos que su vida de perseguidos les había permitido acumular y salieron a campo abierto denunciando los atropellos y defendiendo su derecho a la vida y a la dignidad. Buscaron ayuda tocando todas las puertas posibles hasta que un joven y por entonces desconocido abogado, Julián N. Guerrero, se interesó en su caso y asumió el reto de apoyar la causa de los campesinos de aquella alejada aldea que pedían auxilio desesperados. Así es cómo, en los años 30 del siglo pasado, después de muchos años de decidida lucha y sufrimientos los abuelos lograron el reconocimiento de sus derechos a habitar y sobrevivir sobre su colina prometida, eso sí, al margen de cualquier otro aspecto del derecho humano, abandonados por parte del estado y a merced de la inescrupulosa explotación de los terratenientes de la zona.

Cuando yo desperté a la vida y tuve conciencia del mundo, lo primero que noté fue que mi comunidad estaba envuelta por una antigua y espesa nube de penurias y tristezas. Los mayores de Colama eran personas con las manos fatigadas y callosas, el alma y la mirada compungidas, llenas de desesperanza e impotencia. Parecían haber asumido resignados la fatalidad de nacer, crecer, multiplicarse, servir de esclavos a los patronos y morir oprimidos. Era tal el abandono que, el único servicio que prestaba el estado nicaragüense consistía en una destartalada escuela con un maestro que llegaba a la comunidad cuando a él se le antojaba, porque no existían técnicos que dieran seguimiento a la labor de los docentes rurales. Así, con la mayoría de sus pobladores analfabetas, Colama y todas las comunidades vecinas eran un enorme semillero de mano de obra barata explotada en interminables jornadas laborales por los Mondragón, Guerra, Hollman, Saborío, entre otras reconocidas familias terratenientes que se habían apropiado de todas las tierras fértiles de la zona y mantenían a los pobladores bajo un sistema de semi esclavitud.

Esa larga tristeza sin esperanzas, esa eterna fatiga sin recompensas, aquellas humillaciones y angustias silenciadas; la oscura noche sin madrugadas que presagiaran mejores amaneceres… aquel letargo, finalizó un día con la eclosión de una hermosa crisálida de corazones que se abrieron a la libertad, al vuelo sin miedos en busca de una vida mejor, a vivir plenos el momento de su redención. Ese día, 19 de julio de 1979, en los ojos de los abuelos de Colama y en los de su numerosa descendencia afloró la verdadera luz de sus almas y el ímpetu de libertad que durante siglos había sido acotado por el férreo cerco explotador de los poderosos. Aquella hermosa Revolución Sandinista les devolvía, de la noche a la mañana, además de sus antiguas tierras arrebatadas, la dignidad humana que también les habían usurpado los mismos terratenientes.

Desde entonces, Colama y sus pobladores, no volvimos a ser los mismos. Aprendimos a leer, a mirar de frente, a compartir nuestras ideas y a identificar muy claramente quiénes habían sido nuestros verdugos y quiénes nuestros redentores. Adquirimos el derecho a habitar sin miedos la bella cumbre que dio cobijo a nuestros abuelos en sus momentos aciagos y, ahora, éramos también los dueños absolutos de nuestro destino. Los inviernos llenaron los ríos y quebradas de un rumor alegre anunciando sábalos, guapotes y mojarras; la tierra comenzó a florecer para nosotros, el sol radiante secó las lágrimas de los abuelos; la libertad se hizo risa espontánea y solidaridad que nos permitió multiplicar las alegrías y ahuyentar las tristezas, el sudor ahora producía pan, esperanza y dignidad. Por fin estábamos unidos en el viejo sueño cooperativo de Sandino… libres, felices y redimidos.

Pero como la felicidad en los rostros de los pobres causa urticaria en el corazón de los ricos, en 1990, la guerra promovida y financiada por Estados Unidos contra la Revolución Sandinista impone un nuevo gobierno de corte proyanqui neoliberal encabezado por la familia Chamorro. Éstos aplican una serie de políticas dirigidas a arrebatar los derechos y conquistas sociales con las que la Revolución benefició a miles de familias pobres nicaragüenses: desmontaron el sistema educativo y de salud pública gratuita, quemaron libros, borraron murales, despidieron maestros, cerraron escuelas, desmantelaron el estado y privatizaron a favor de sus familias la mayoría de empresas públicas; impidieron a los campesinos el acceso al crédito debilitando así el manejo y gestión productiva de sus cooperativas y, en paralelo, iniciaron una campaña de desinformación e intimidación que amenazaba al campesinado con la expropiación de las tierras legítimamente adquiridas a través de la revolucionaria Ley de Reforma Agraria. Los campesinos de Colama, conocedores de la voracidad de las familias terratenientes y la impunidad con la que usurparon sus tierras por siglos, se llenaron de miedo y decidieron vender a precios de saldo sus legítimas propiedades, volviendo a la más absoluta pobreza y abandono durante 16 años de gobiernos neoliberales. La década del 90, hasta el 2006, fueron años de gran tristeza en Colama y Nicaragua en general. Los antiguos patronos habían regresado al poder dispuestos a servir fielmente a su amo yankee y a saciar toda la rabia y sed de venganza que habían acumulado contra el pueblo por haberse atrevido a soñar en libertad.

En medio de aquella ola involucionista neoliberal, la mayoría de la población de Colama y los nicaragüenses en general, seguimos teniendo en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) nuestro referente de dignidad, nuestra herramienta de lucha política y nuestra esperanza para un nuevo tiempo de progreso. El cambio social promovido por la Revolución Sandinista en la década del 80 transformó para siempre la conciencia de la ciudadanía y ese cambio se convirtió en muralla contra las pretensiones retrogradas, explotadoras y chantajistas de los Chamorro, Bolaños y compañía. En 2007, después de batallar por la defensa de los derechos del pueblo, el FSLN liderado por del comandante Daniel Ortega, regresa al gobierno y comienza una nueva etapa de progreso en el país que vuelve a tocar a mi comunidad restituyéndole sus derechos, su dignidad y sus sueños.

En estos 11 años el gobierno sandinista ha mejorado exponencialmente la calidad de vida de los pobladores de Colama: todos los hogares de la comunidad disfrutan hoy del servicio de agua potable que, además de mejorar sus niveles de salud, erradicó para siempre la imagen dolorosa de las mujeres subiendo fatigadas el cerro con grandes baldes de agua sobre sus cabezas; todas las familias cuentan ahora con servicio de luz eléctrica que les permite conservar sus productos de primera necesidad y variar el tipo de alimentos que consumen; se da mantenimiento constante al camino que les comunica con la ciudad; la escuela atiende hoy desde pre-escolar hasta sexto grado de primaria y los niños tienen asegurada la merienda escolar que les garantiza energías para una mejor concentración en las clases; los jóvenes egresados de sexto grado pueden acceder a la educación secundaria, algo impensable hace once años; han sido beneficiados con el programa hambre cero; con láminas de zinc que les garantiza un techo digno, entre otros muchos beneficios sociales que hacen de Colama una comunidad que recibe con alegría, orgullo y hospitalidad digna a las personas que hoy la visitan. Sin ninguna duda, con el gobierno del Frente Sandinista, se han cumplido y se cumplen cada día los sueños de libertad, dignidad, progreso, paz, seguridad y verdadera democracia que nuestros bisabuelos anhelaron, temerosos e inermes, el día que fundaron Colama.

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