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Este es un breve resumen del Informe de Mercado Degussa quincenal

Los gobiernos serán los grandes beneficiados de los megarrescates
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Los gobiernos serán los grandes beneficiados de los megarrescates

viernes 03 de abril de 2020, 11:57h
La preocupación creciente en torno a las consecuencias del coronavirus ha dado lugar a una demanda mundial y una conmoción de la oferta: la demanda de bienes y servicios se ha colapsado y, dado que ahora las cadenas de producción y cadenas de valor internacionales también se han interrumpido, la producción se ralentiza y ya no puede mantener los niveles previos. id:57075
Traducción del Degussa Market Report realizada por:
La demanda y la conmoción de la oferta han generado que la división del trabajo de determinados países y, por ende, a nivel internacional, quedase parada. Los daños son inconmensurables y amenazadores. La división adecuada del trabajo es el motor que genera prosperidad económica para la población mundial. No se puede interrumpir sin que haya consecuencias. Si el parón se prolonga, la escasez de bienes esenciales será inevitable en todo el mundo.

No obstante y ante todo, el sistema de papel moneda sin respaldo que se ha establecido en todo el mundo ha recibido un golpe duro como consecuencia de la caída en picado de la producción y los ingresos y eso, en última instancia, podría tener consecuencias letales para la economía mundial. Los movimientos de precios de los mercados financieros ya nos han ofrecido un pequeño anticipo de esto (tal y como muestra la figura siguiente). Los sistemas de papel moneda sin respaldo están presentes en todas partes, tanto en Estados Unidos como en Europa, Asia y América Latina.

Sistemas de papel moneda sin respaldo

En un sistema de papel moneda sin respaldo, el banco central, en colaboración estrecha con los bancos comerciales, aumenta la oferta de dinero otorgando préstamos. Esto equivale a un aumento de la oferta de dinero de la nada (ex nihilo): se pone en circulación dinero nuevo que no está cubierto por «ahorros reales». Los economistas saben muy bien que un sistema monetario sin base como ese conlleva, de forma inevitable, una crisis.

Hay una cosa que el sistema de papel moneda sin respaldo no puede soportar: una caída de los ingresos y una caída de los precios de bienes. Esto se debe a que, en ese caso, el endeudamiento excesivo de las empresas, de los hogares y, sobre todo, de los Estados sale a la luz y el timo del papel moneda queda al descubierto. Ese es el motivo por el que los Estados están interviniendo en este momento más que nunca y han puesto toda la carne en el asador en lo que respecta a sus bancos centrales en el sistema económico y social.

Han reducido los tipos de interés al máximo para proporcionar cierto alivio a los prestatarios y mantener la pirámide de deuda en pie. Por último, los Estados y bancos debilitados tienen acceso a inyecciones de efectivo ilimitadas del banco central, en caso de necesidad. Sin embargo, a diferencia de la crisis económica y financiera del 2008/2009, esta vez el sector privado también está en llamas: las compañías y los hogares se asoman a la bancarrota.

La mayoría de las empresas están endeudadas y, por tanto, tienen que pagar los intereses y el principal de forma regular. Si las ventas se desmoronan, las empresas dejan de tener ingresos y comienzan a tener dificultades financieras. Si llegan a una situación de insolvencia, se perderán puestos de trabajo y la tormenta llegará en último lugar hasta los hogares, que a su vez son consumidores y no tendrán dinero para saldar sus deudas.

Ese es el punto en el que los bancos pisan el «freno del crédito»: ya no querrán o no podrán apoyar a prestatarios debilitados, y mucho menos prestarles dinero. Sin embargo, si la entrada de préstamos nuevos a la economía nacional se detiene, en esencia, todos los deudores acabarán en aprietos. No podrán devolver sus préstamos y tampoco podrán obtener préstamos nuevos que podrían sustituir obligaciones próximas al vencimiento.

Cada vez hay más impago de préstamos. La oferta de crédito se está reduciendo y eso está agravando el problema de la bancarrota. Los bancos sufren impagos de crédito que merman su capital y eso les genera dificultades también a ellos. En otras palabras: la «burbuja de crédito» que ha estado sosteniendo a las economías e incentivando la deuda ha empezado a estallar. De hecho, ha estallado.

«Rescate» bancario

En Alemania, por ejemplo, ya han reaccionado para «manejar» la crisis, con una ampliación de las prestaciones laborales a corto plazo y con el aplazamiento de impuestos, pero, sobre todo, con garantías de préstamo por parte del banco KfW, que es propiedad del Estado. Esto significa que el Estado deriva a los contribuyentes la responsabilidad de cuadrar las cuentas ante cualquier impago de préstamo en una situación de emergencia; los contribuyentes vuelven a actuar como asegurador ante impagos de crédito.

Si el placebo funciona, la confianza volverá, los deudores en apuros volverán a recibir préstamos bancarios, los impagos de préstamo seguirán siendo escasos y los contribuyentes saldrán bien parados. Sin embargo, si la maniobra fracasa y los impagos de préstamo se imponen, hará falta mucho dinero. El Estado tendrá que emitir deuda nueva que, con toda probabilidad, adquirirá el Banco Central Europeo (BCE). Esto creará dinero nuevo de bancos centrales.

Además, ese dinero nuevo se pagará directamente a los bancos: en sus balances de situación, los derechos de crédito se sustituirán por depósitos en el banco central. Está bastante claro: serán esos bancos concretos los que quedarán protegidos gracias a las garantías del Estado. Los bancos obtienen este seguro casi gratis, además de la garantía subsidiaria que los prestatarios ya les han dado y que los bancos pueden utilizar. Así que serán los contribuyentes los que tengan que pagar la cuenta.

Garantizar el crédito

Las cosas serán menos agradables para los prestatarios. Las empresas en apuros podrán salvarse de la insolvencia si obtienen préstamos nuevos gracias a las garantías del Estado. Sin embargo, su deuda aumenta: o bien se suspenden temporalmente y capitalizan sus pagos del principal e intereses (es decir, se añaden al importe pendiente del préstamo que se amortizará más adelante), o bien utilizan los préstamos nuevos para amortizar los préstamos viejos.

En este punto, debemos tener en cuenta que muchas empresas sufrirán, con toda probabilidad, una pérdida permanente del volumen de ventas como consecuencia de la crisis: incluso si la demanda de bienes vuelve a la normalidad en algún momento, las ventas perdidas no se recuperarán. Por lo tanto, la relación deuda-ganancias de las compañías se deteriorará y su coste del capital aumentará (sin alteración del resto de condiciones).

En diciembre del 2019, los bancos alemanes tenían derechos de crédito por valor de más de 4 billones de euros en sus balances de situación. Si los bancos reciben una garantía de préstamo del Estado que, por ejemplo, asegura el 80% de los derechos de crédito, las garantías de 553.000 millones de euros que anunció el banco KfW se traducirán en préstamos bancarios de unos 690.000 millones de euros, es decir, una garantía subsidiaria para casi el 17% de los préstamos bancarios pendientes.

En la zona euro en su conjunto, los préstamos bancarios pendientes ascendían a la cifra estratosférica de 18,591 billones de euros a finales del año pasado. Si los Gobiernos de la zona euro siguiesen el ejemplo de garantía de crédito alemán, tendrían que asumir un pasivo contingente considerable para sus hogares. Eso, a su vez, reduciría probablemente de forma drástica su calificación crediticia en los mercados financieros, sobre todo porque todos los países están ya al máximo de su capacidad en términos financieros.

Dinero del cielo

No sería de extrañar que tarde o temprano la gente empezase a exigir que caiga dinero del cielo, es decir, que los bancos centrales distribuyan dinero directamente a la población. La Administración estadounidense ya se está moviendo en esta dirección: el 17 de marzo, el secretario del tesoro estadounidense, Steve Mnuchin, anunció que Estados Unidos quiere expedir cheques a los ciudadanos por correo, por valor de unos 1000 dólares por persona. Podría argumentarse que, desde un punto de vista formal, esto es una devolución de impuestos. Sin embargo, dado que todos los dólares estadounidenses se crearán de la nada, el procedimiento se parece bastante a un dinero caído del cielo.

Desde un punto de vista técnico, es en realidad bastante fácil hacer que el dinero caiga del cielo: cada titular de una cuenta recibiría un «regalo monetario» del banco central y podría usarlo para irse de compras o pagar deudas pendientes. No obstante, el dinero caído del cielo es difícil de controlar en el plano político: el banco central no tardaría demasiado en verse sobrepasado por solicitudes de regalos monetarios.

Sea como fuere, emitir dinero caído del cielo es una idea muy atractiva, en particular en una situación en la que la pirámide de deuda amenaza con desmoronarse y la recesión-depresión nos acecha en el horizonte. La gente cree firmemente que la inflación de precios de bienes es una bendición y una política basada en el «mal menor». En este contexto, el dinero caído del cielo se distribuirá probablemente en algún momento para estimular el consumo y aliviar la presión financiera de los deudores.

Estado todopoderoso

La supervivencia del sistema de papel moneda sin respaldo a la crisis actual depende, sobre todo, de si (i) las garantías de crédito del Estado consiguen evitar una oleada de quiebras y (ii) los inversores recuperan la confianza en el sistema y los mercados de crédito vuelven a la normalidad. Sin embargo, no debería caber duda alguna de que nos encontramos ante una situación crítica para el sistema monetario sin respaldo. La probabilidad de que las cosas salgan mal existe.

Aun así, todavía estamos a tiempo de evitar el desmoronamiento. Los Estados y sus bancos centrales aún tienen algún «as en la manga». A modo de ejemplo, los países podrían capitalizar a los bancos en dificultades mediante inyecciones de dinero nuevo que reciban del BCE en forma de fondos propios; o los Estados podrían financiarse y financiar a los consumidores y empresas mediante dinero caído del cielo. Una cosa está clara: sin intervención del Gobierno, sin su manipulación del mercado, el sistema de papel moneda sin respaldo no sobrevivirá.

Eso debería preocupar, y mucho, a los ciudadanos. Las crisis generan, de forma regular, un aumento del poder del Gobierno. Las causas de la crisis se suelen interpretar y reinterpretarde manera errónea: el mercado libre ha fracasado —se dirá— y ahora solo el Estado puede ayudarnos (aunque este y su banco central sean los principales causantes de las crisis económicas y financieras).

Son ellos los que iniciaron y alentaron la economía de la deuda con su sistema de papel moneda sin respaldo; un sistema que tarde o temprano debe caer. Esta vez, el desencadenante de la crisis es la preocupación acerca de las consecuencias del coronavirus. La agresividad de la intervención de los Estados en el mercado internacional y el sistema social también desempeña un papel importante; es decir, en qué medida aprovechan la oportunidad para ampliar su poder.

Servidumbre

Cuanto más evidente resulta que el sistema de papel moneda sin respaldo no funciona (y provoca crisis), mayor es la tendencia de la ciudadanía a cerrar los ojos ante la verdad. Cuanto más abiertamente se reinterpreten las medidas colectivistas-socialistas como «políticas de rescate» por parte de políticos y economistas, mejor recibirá y aceptará el público general esas intervenciones.

Todas las crisis derivadas del sistema de papel moneda sin respaldo aumentan el poder que ostentan los Estados sobre la vida económica y social y, desafortunadamente, una vez que estos han aumentado su poder, ya no hay vuelta atrás. En consecuencia, la economía estará cada vez más atada por las políticas socialistas del Estado, a medida que este y su banco central capean la crisis cuyas semillas plantaron.

Si los ciudadanos no deciden abandonar el sistema de papel moneda sin respaldo, cabe esperar que tarde o temprano todo quede subordinado a un único objetivo: fortalecer al Estado y darle más poder y unos recursos financieros ilimitados. Esto significa que los mercados libres (o lo que quede de ellos) y, por ende, las libertades civiles y empresariales, cada vez estarán más restringidos.

Habida cuenta de la situación actual, no resulta exagerado afirmar que sin un «rescate» del sistema, la depresión mundial es inevitable. Sin embargo, con el rescate llegará la servidumbre.

El Ludwig von Mises Institute publicó este artículo el 24 de marzo del 2020.

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