Para comprenderlo mejor, primero hemos de entender que los ordenadores son perfectamente capaces de tratar los lenguajes formales (XML, SQL y PHP), pero uno de sus principales retos es entender el lenguaje natural o humano. ¿Por qué? Todos los idiomas poseen una sintaxis y una gramática concretas y cumplen con unos principios básicos de economía y optimización, pero también cuentan con una serie de irregularidades, ambigüedades y matices que, como humanos, entendemos, sin embargo, esta no es tarea fácil para las máquinas.
Marcos teóricos lingüísticos como la Teoría Sentido-Texto (MTT) para la construcción de modelos de lenguas ha permitido que los ordenadores las procesen, y que empiecen a entender el significado inherente en ellas. Para ello, entran en juego diversas tecnologías de la ciencia computacional (como la Inteligencia Artificial, machine learning o la inferencia estadística) con la lingüística aplicada. Así pues, lingüística e informática se suman e integran en un enfoque mixto que sirve como punto de partida a la Lingüística Computacional. Los traductores de idiomas, la posibilidad de conocer las opiniones y sentimientos de las personas mediante la extracción y análisis de datos, los sistemas de diálogo o los ya archiconocidos chatbots, son ejemplos de sus aplicaciones prácticas.
De esta manera, las máquinas son capaces de “hablar” con nosotros, pero… ¿también pueden hacernos reír? A pesar de los continuos estudios, aun no existe ninguna máquina de hacer reír de forma consciente. Por eso, lingüistas, científicos y psicólogos se han propuesto la tarea de crear Humor Computacional, una rama de la Lingüística Computacional y de la Inteligencia Artificial.
Conseguir este objetivo es mucho más complicado de lo que a priori puede parecer pues la Inteligencia Artificial y los ordenadores encuentran patrones cuando hay gran cantidad de información disponible pero, con el humor, nunca hay suficiente información. Aunque la idea de crear algoritmos que construyan o entiendan chistes es factible, ya que la mayoría del humor es formulado, se requiere un buen procesador semántico y pragmático que permita que la máquina entienda 100% el significado, y es aquí cuando surgen los problemas. Al existir diferentes tipos, dependiendo de países, culturas, juegos de palabras…hay que acceder a muchos conocimientos para entenderlo y un ordenador, en este tema, se pierde.
La asistente particular Siri, o su compañera Alexa, de Amazon, ya han demostrado más de una vez su sentido del humor y muchos les hemos planteado preguntas absurdas esperando sus respuestas más cómicas. Por ejemplo, si preguntamos a Siri si existen los Reyes Magos, automáticamente Siri contesta: “Haré como que no te he oído, no quiero que te encuentres un montón de carbón en casa”. Lo mismo sucede si le preguntamos por Papá Noel. El asistente virtual de Apple también sabe usar la ironía. Por ejemplo, si le decimos que tiene razón, Siri contestará sarcásticamente:” ¿Te sorprende?”, y si le preguntamos si está de acuerdo con nosotros, también sabe complacernos diciendo que “siempre está de nuestra parte, tengamos razón o no”. Es cuestión de preguntar a los asistentes virtuales y ver que las respuestas obtenidas no son cognitivas, sino formuladas. Aunque de momento hemos dado el primer paso, aún queda mucho camino por recorrer.
Se trata, por tanto, de una rama con un futuro prometedor que puede marcar la diferencia en muchos ámbitos. Por ejemplo, para las empresas, puede ser clave para estrechar la relación con sus clientes o posibles clientes. Contar con un sistema que sea capaz de interactuar con los usuarios de forma natural e, incluso, empatizar con ellos siendo irónico o mostrando cierto sentido del humor cuando sea oportuno, puede suponer mucho más que una venta. Fidelizar al cliente en un mundo globalizado y saturado de información en el que abunda la oferta y la competencia, se ha convertido en algo totalmente determinante.