Cuando hablamos del modo de entrada en un mercado internacionalnos referimos principalmente a dos tipos de escala:
Claro está que no hay una receta de éxito de entrada, se trata de decisiones que implican diferentes tipos de riesgos y beneficios. Si tomamos en cuenta los mercados emergentes, tales como los BRICs, abordarlos a gran escala antes que otros competidores, implica unos riesgos muy altos, asociados con la falta de conocimiento sobre el mercado, un alto nivel de burocracia y/o inestabilidad política o económica, entre otros factores. Sin embargo, al hacerlo, las empresas se podrían apropiar de significativas ventajas que apuntalarán su posición en dichos mercados a largo plazo. Si, por contraste, tomamos como referencia los mercados desarrollados, como EE.UU., Europa o Australia, entrar a pequeña escala conlleva mucho menos riesgo para las empresas, permitiéndoles aprender en profundidad. Aunque, en este caso, hay pocos beneficios a largo plazo debido a la falta de compromiso relativa al tipo de entrada y a la falta de oportunidad de capturar las ventajas del pionero.
Más concretamente, los modos de entrada típicamente utilizados por las empresas se pueden desglosar de esta manera, juntos con sus respectivas ventajas y desventajas:
Ventajas: capacidad de realizar las economías de localización y curva de experiencia.
Desventajas: altos costes de transporte, barreras arancelarias, problemas con los agentes distribuidores.
Ventajas: costes y riesgo bajos, facilidad de expandirse.
Desventajas: falta de control sobre la tecnología y la calidad, incapacidad para realizar curvas de localización y experiencia, incapacidad para emplear una coordinación estratégica global.
Ventajas: acceso al conocimiento de los socios locales, costes y riesgos compartidos
Desventajas: falta de control sobre la tecnología, incapacidad para realizar curvas de localización y experiencia, incapacidad para emplear una coordinación estratégica global.
Ventajas: protección de la tecnología, capacidad para realizar curvas de localización y experiencia, capacidad para emplear una coordinación estratégica global.
Desventajas: costes y riesgos muy altos.
Como ya lo mencionamos al inicio, las características específicas de los productos o servicios a ofrecer en el extranjero (composición, fragilidad, perecedero, etc.) pueden altamente influenciar el tipo de estrategia de internacionalización que se elije por los directivos. Por ejemplo, los productos con una baja relación valor/precio (como los neumáticos, cemento, bebidas), son caros para un envío a larga distancia, sugiriendo que la empresa debería internacionalizarse a través de otra estrategia que no sea la exportación. Del mismo modo, los productos frágiles o perecederos (como el vidrio o la comida fresca) son caros para un envío a larga distancia ya que requieren de una manipulación especial o refrigeración. Sin embargo, los productos complejos (equipamiento médico, ordenadores, etc.) necesitan un alto soporte técnico y un buen servicio post-venta lo que implica una presencia sustancial de las empresas en los mercados donde operan.