Es difícil salir de una crisis económica como la que ha asolado nuestro país si el entramado industrial no sólo no crece, sino que se ve acosado por la fuerte competencia que suponen los bajos costes de la producción en países del este, asiáticos y, cada vez más, sudamericanos.
¿Tienen nuestras fábricas alguna opción de competir con plantas situadas en mercados emergentes, donde la mano de obra y los costes son, de largo, mucho más bajos? La respuesta es rotundamente sí.
Sí podemos competir con ellos y, de hecho, debemos, no sólo para asegurar los puestos de trabajo de las personas que trabajan en estas fábricas en España, sino también para asegurar la sostenibilidad de la recuperación económica.
Ahora bien, no podemos competir en costes. La guerra a la que se enfrentan casi a diario los gestores comparando costes con estos mercados es muy desfavorable para las fábricas españolas. En ocasiones, la búsqueda constante de ahorros en la cadena de suministro o los salarios puede llevar a empeorar la calidad, el producto y la insatisfacción laboral, ahondando en el problema de competitividad.
Si de media nuestras fábricas son un 30% más caras, tenemos que hacer que sean también un 30% más productivas. Esta es la única forma de hacer frente a la producción en países emergentes, pero no es una quimera. La clave reside en dejar de obsesionarnos en la reducción de costes y tampoco es una cuestión de exigir a los empleados un esfuerzo cada vez mayor: debemos mirar a los procesos e identificar cómo podemos mejorarlos para que sean más racionales y más eficaces.
Las políticas de mejora continua a menudo se identifican con procesos de reestructuración, pero en absoluto son sinónimos. Compañías como la que dirijo analizan cada proceso para identificar las ineficiencias, y reorganizar los procesos productivos de manera que estos puedan ser más ágiles, más eficientes y más económicos. Eso es así, pero también lo es que se proponen alternativas para emplear esos recursos en tareas de valor añadido que reviertan, una vez más, en la competitividad de la compañía.
Una vez más, no se trata de ser más baratos, sino más eficientes y, en definitiva, más competitivos. La buena noticia es que el tejido industrial en España cuenta con los profesionales y el conocimiento adecuado para compensar costes con innovación, calidad y, sobretodo, eficiencia.