Y lo hacen con propuestas pensadas para compartir, para vivir la gastronomía en mesas altas y bajas, viendo desde cualquier lugar esa cocina que no para. Carpaccio de amanita caesaria; canelón de pollo, setas y parmesano; costilla de cerdo pibil; tartar de atún con berenjena; revoltillo de chipirones y rebozuelos; ensalada de tomate con ventresca; ajoblanco con anguila ahumada, o salmonete con hummus, ajo negro y crudités son algunas de las especialidades más recientes, las que han convencido al público y a Michelin. Especialidades de producto principal y secundario, de ingredientes contados y mostrados en plenitud.
La diversión se multiplica en compañía, personal y decorativa, en un bar de reminiscencias modernistas y de ArtDeco. Para ir acompañado a la hora que quieras y discutir de arte y denominación gastronómica, también de estética de emplatado. Empieza, por ejemplo, con los huevos con espardeñas -a base de claras fritas, yemas crudas, espardeña a la plancha, salsa de tendones y algarabía-, con la kokotxa de merluza con judia verde, jamón en polvo y cebollino o con el cheese cake de compota de remolacha con frutos rojos, sorbete frambuesa y menta. La calidad a pequeños bocados no tiene procedencia.
Sí la carta vinícola, destacable en calidad y número de propuestas por copa. No en vano, el “hermano mayor” (Mont Bar) ejerce de faro espiritual tanínico, con una selección de 250 referencias. Mediamanga le sigue en su línea de bar y producto, y cerca de 200 referencias eminentemente locales. La línea de los hermanos camina en paralelo pero con diferencias. Serán hijos de distinta madre, o padre. Da igual. El hecho es que el pequeño se ha hecho mayor, con la fuerza de un adolescente que se va a comer, el mundo.