Carolina comenzó a practicar bádminton como hobby cuando tenía ocho años junto a una amiga. Desde el momento que cogió la raqueta nació un vínculo inquebrantable. Su amor hacia este deporte le hizo abandonar el flamenco, su otra pasión, y trasladarse a Madrid con solo 14 años. El talento no es lo único que hace sobresalir a un deportista; su entereza mental es un factor determinante a la hora de conocer el éxito. Carolina, a pesar de su corta edad, logró superar el miedo a fallar y le permitió lanzarse hacia sus sueños, sus imposibles.
El éxito llegó muy pronto y la ha acompañado a lo largo de su carrera: medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016, tres mundiales y cuatro campeonatos europeos, logrando derrumbar la barrera asiática, donde el bádminton es uno de los deportes más extendidos. Carolina Marín tiene la vista puesta a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Su meta no es llevarse el oro, su ambición es más grande: quiere convertirse en la mejor jugadora de bádminton de todos los tiempos.