En las dos últimas décadas, la evolución de la economía china ha sido excepcional en comparación con otros "milagros" de países asiáticos (Japón, Corea del Sur). El modelo de desarrollo chino tiene algunos defectos bien conocidos: alta exposición a las exportaciones y a la construcción, sobreinversión industrial (mala asignación del capital, contaminación), alto endeudamiento, subdesarrollo de los servicios, etc. A primera vista, la pandemia no ha cambiado la situación. La recuperación en 2020, como hemos dicho, fue impulsada por la demanda internacional de bienes. Tras la crisis, las autoridades volvieron a su actitud anterior de ajustar el crédito en una dirección más restrictiva cuando hay que calmar los excesos inmobiliarios o con mayor flexibilidad cuando la economía se ralentiza. Últimamente, las autoridades han endurecido el marco normativo para los gigantes del sector tecnológico, uno de los pocos fuera de la industria en los que China ha cosechado éxitos. Las motivaciones políticas son evidentes, pero en este momento no es posible decir si esto frenará el potencial de crecimiento futuro (nacionalización progresiva, aumento del control de la sociedad) o lo fomentará (reorientación de la I+D hacia el hardware).
En este momento, la combinación de políticas sigue siendo acomodaticia, con signos tempranos de normalización. Los tipos monetarios, rebajados durante el periodo de estrés de 2020, no han vuelto a subir, pero el crédito ha empezado a ralentizarse. En el agregado amplio de la financiación social total, el crecimiento había alcanzado un máximo del 13,7% interanual en octubre de 2020; volvió a caer al +10,7% interanual en julio de 2021, por debajo de la media de 2019. En el frente fiscal, se produjo un cierto endurecimiento en el primer semestre de 2021, pero las medidas de estímulo que iban a expirar se prorrogaron al final, lo que llevó a una posición neutral.