Es al menos una señal esperanzadora que el efecto directo de este acontecimiento sobre la economía mundial sea probablemente mínimo, dado que Rusia ya está cada vez más aislada tras haber anexionado Crimea. Sin embargo, el enorme grado de volatilidad de los mercados hace difícil separar la valoración del mercado a corto y medio plazo del impacto real a medio y largo plazo en la economía real.
Sin embargo, los factores de incertidumbre, cada vez más numerosos, aumentan el nerviosismo de los mercados. Esto está teniendo un efecto negativo en la rentabilidad de las pequeñas y medianas capitalizaciones en particular, especialmente con la huida de los participantes en el mercado hacia valores refugio.
Los valores financieros e industriales, así como los cíclicos de consumo, se mostraron especialmente débiles en febrero, mientras que las empresas sanitarias y de servicios públicos obtuvieron una rentabilidad superior a la media. Las empresas vinculadas económicamente con Rusia, así como las que tienen sedes en Ucrania y Europa del Este en general, fueron objeto de fuertes pérdidas. Los activos bancarios cayeron debido a los mayores riesgos de impago y a los posibles efectos rebote. Las acciones del sector del automóvil también se mostraron débiles, mientras que las acciones de los sectores de las energías renovables y la defensa registraron beneficios.
Como vimos en 2020, cuando la COVID-19 puso el mundo del revés casi de la noche a la mañana, tener cierto grado de racionalidad es el requisito indispensable para sobrellevar un periodo como éste. La experiencia de ver cómo las empresas se enfrentaron a la pandemia -con agilidad y flexibilidad- nos hace confiar en que también lograrán hacer frente a los retos actuales y futuros.