Motor

Audi R8 V10 Quattro Coupé S-Tronic

En dos palabras: Im-presionante

Mariano García Viana | Jueves 13 de octubre de 2016

Bromas aparte, el R8 de Audi es auténticamente impresionante, pero no solo por su elevada potencia, que es lo primero que vendrá a la mente, sino también por su increíble facilidad de conducción, su confort, su seguridad y su aspecto si bien llamativo por sus formas, discreto por lo que guarda en su interior.



El R8 nació para ser un deportivo nato, casi un coche de competición, aunque sin ser exageradamente llamativo como otros supercoches de similares características y potencia, sin dimesionados alerones, sin ángulos imposibles, sin apenas visibilidad, con unas líneas refinadas y estudiadas al milímetro, que combinan sabiamente las típicas formas de Audi, con otras originales, atrevidas y deportivas, que mezcladas dan como resultado un coche que hace volver la cabeza por lo bien hecho que está y transmite un espíritu incomparablemente dinámico.

Como decimos, el frontal es inconfundiblemente Audi, con su calandra sigleflame de nido de abeja en esta ocasión y que ocupa toda la altura, debido a lo bajo del capó del coche y que esta escoltada por dos enormes entradas de aire verticales y los estrechos faros de tecnología full leds, faros que se adaptan automáticamente para que su haz de luz no deslumbren a los coches que circulan en dirección contraria. Lateralmente se aprecia claramente la posición adelantada del habitáculo lo que le hace parecer un coche de competición, a lo que colaboran los abultados pasos de rueda y sobre todo las entradas de aire situadas delante de las ruedas traseras pintadas en su contorno con un color negro satinado para resaltarlas aún más. Esta hendidura que se inicia desde el término del paso de rueda delantera y que conforma las citadas entradas de aire, cobijan de forma casi invisible, la manilla de la puerta, con lo que la superficie queda más limpia y aerodinámica, Tras la ventanilla única que conforma la puerta sin marco por supuesto, se sitúa la boca de carga del combustible de aluminio.

La parte trasera es quizás la más llamativa y la que da al R8 un parecido mayor a un coche de competición, debido sobre todo a la anchura de sus ruedas, al difusor con sus distintivas láminas en color aluminio y flanqueado por dos salidas de escape trapezoidales cromadas y a las entradas de aire del motor, también en nido de abeja y que conforma un todo con los generosos y horizontales grupos ópticos traseros, también con tecnología led (118 leds en cada piloto). Junto a la parte baja de la enorme luneta, que deja ver el impresionante motor, se sitúa un alerón escamoteable, ya que solo se despliega eléctricamente a partir de los 120 kms/h, aunque se puede activar desde el cuadro de mandos. El alerón y el mencionado difusor contribuyen a estabilizar aún mejor el coche a altas velocidades, el primero para distribuir mejor el aire que se desliza desde el techo y el otro para hacer lo propio con el aire que se desplaza por los bajos. Es de destacar que tanto los intermitentes leds delanteros como los traseros, son secuenciales de dentro hacia fuera, lo que facilita y personaliza las indicaciones que facilita a otros usuarios.

El interior del R8 está igualmente conseguido. Disponiéndose de un espacio no especialmente grande no da sensación de agobio como en otros coches de similares características. La anchura del coche, el ir sentado bastante bajo, lo que separa la cabeza del techo y la buena disposición de los elementos, contribuyen a evitar esa sensación. El salpicadero tiene un aspecto lineal y limpio, solo interrumpido por las salidas centrales tipo turbina y el cuadro de instrumentos, ya que no hay pantalla central, pues el dicho cuadro es realmente una pantalla digital de 12,3” y en la cual se reflejan los indicadores habituales y todas las funciones que normalmente se reflejan en un monitor central, incluido el GPS, lo que resulta especialmente cómodo pues apenas hay que desviar la vista para seguir una ruta o saber en qué tipo de conducción tenemos conectado el sistema. Hay que resaltar que el conductor puede cambiar la configuración de la pantalla y la información que proporciona o de también se trasforma automáticamente según conduzcamos, como por ejemplo si hacemos de forma manual la utilización del cambio de velocidades. La consola no está unida al salpicadero, lo que también contribuye a aligerar el aspecto, está orientada hacia el conductor y en ella se sitúan, el mando giratorio para las distintas funciones del ordenador y de conducción y la pequeña palanca selectora del cambio S tronic de 7 velocidades. Los mandos del climatizador y otros interruptores auxiliares, “cuelgan” del salpicadero hacia la consola pero sin llegar a ella. Es curioso y por eso se señala, que el interruptor de la puesta en marcha está ubicado en el volante. La calidad de todos los materiales, incluidos los confortables y deportivos asientos de piel, es muy alta y denota lo cuidada que ha estado la fabricación del coche. En el lado que pudiéramos llamar negativo, está la ausencia de huecos para dejar cosas, pues solo se disponen de unos escasos espacios de pequeño tamaño. Al tener el motor en posición central, el maletero se sitúa en la parte delantera y como es de esperar, solo tiene una capacidad de 112 litros.

Si bien el diseño del R8 puede estar más o menos controvertido, cosa que dudamos dado el espléndido aspecto del coche, en lo que si seguro hay unanimidad en opiniones es en el motor. Y es que el nuevo V10 con el que está equipado el R8 es una auténtica delicia y el grado de satisfacción que proporciona esta en relación directa con el empuje y su sonido orquestal. Ya de entrada nos “da un aviso” de con quién estamos tratando. Al apretar el motor de arranque un pequeño acelerón automático deja oir la promesa de una música “celestial”, solo con esos instantes cualquier persona que pase cerca vuelve la cabeza e incluso se acerca a ver el “aparato”, que por otra parte casi al instante entra en régimen de ralentí y apenas se deja oir. Pero el “veneno” ya está introducido en las venas de cuantos se han acercado e invariablemente le piden al conductor que acelere repetidamente para poder asistir a una sinfonía digna de un conservatorio.

Pero elucubraciones aparte, hay que resaltar la capacidad de utilización que tiene esta motorización de 10 cilindros. Si circulamos por ciudad a baja velocidad, apenas si se deja oir ni si quiera en las arrancadas “normales” y el motor se comporta como si de un turismo se tratara, ahora bien, si arrancamos con decisión o queremos disfrutar bien del coche, sus reacciones, su potencia y sobre todo de su seguridad, el motor empieza a bramar de forma compacta, bronca y mecánicamente perfecta y notaremos no ya un puñetazo que nos haga pegarnos al asiento, sino una fuerza incontenible que nos pega efectivamente al respaldo pero de una forma suave y constante que nos hará superar el anacrónico limite de velocidad genérico e incluso casi doblarlo sin apenas darnos cuenta. Es un empuje constante, sin brusquedades, pero incontenible. La culpa de este comportamiento casi de competición se debe al motor TFSI de 5.204 c.c. que proporciona una potencia de 540 CV a 7.800 r.p.m., mientras que el par se sitúa en nada menos de 540 Nm. a 6.500 vueltas. Aunque la velocidad máxima está limitada, la que puede alcanzar es de 320 km/h. y la aceleración de 0 a 100 km/h se sitúa en….¡3,5 segundos! Como es fácil de imaginar las velocidades de crucero pueden ser más que altas y adelantar en carreteras convencionales no plantea más dificultadas que no sean las propias de la congestión del tráfico. Pero donde se disfruta realmente del R8, aparte de lucirle “en el boulevard” o en las aceleraciones de cara al público, es en carreteras viradas y sobre todo si se conduce manualmente manejando las levas situadas tras el volante. En esa situación se puede aprovechar adecuadamente la impresionante aceleración del motor, su espectacular sonido y lo que también en sumamente importante, de su no menos extraordinario equipo de frenos. Estos son realmente lo mejor que hemos probado en muchos, muchos años dedicado a probar coches de variadas categorías. No desfallecen en absoluto y además detienen los 1.670 kilos que pesa en vacío el R8 sin aparente esfuerzo por muy deprisa que se circule y con una eficacia absoluta. Es un auténtico placer no solo saber la elevada potencia que tenemos bajo el pie, sino también saber que vamos a frenar donde y cuando queremos aunque a veces vayamos algo pasados al acercarnos a una curva. Aunque el consumo no es determinante a la hora de una posible elección de un supercoche deportivo, el R8 puede presumir de tenerlos bajos, pues una media de 11,4 litros, teniendo en cuenta lo que puede rendir el motor, es una cifra a tener en cuenta por lo reducida, a lo que contribuye, por un lado el disponer de la función Star&Stop y por otro de un sistema llamado «cylinder on demand», que desconecta cinco de los diez cilindros cuando la demanda de par es baja.

Pero ahí no acaban las virtudes del coche y es que en el apartado de estabilidad el R8 vuelve a estar a la altura que se espera, ya que va prácticamente pegado al suelo y no hace el más mínimo extraño aunque queramos sacar partido a la enorme potencia de la que disponemos. La suspensión de paralelos deformables delante y detrás, que es ahora de aluminio, sujeta al coche con matemática precisión, la misma característica que tiene la eficaz dirección de accionamiento eléctrico y la no menos eficaz tracción quattro con la que está equipado. El conductor puede elegir entre cuatro modos de conducción: comfort, auto, dynamic e individual. Cada uno de ellos tiene una configuración específica que determina la intensidad de la respuesta del motor a la presión sobre el acelerador, el funcionamiento de la dirección, el cambio y la tracción, así como el funcionamiento de la suspensión. El modo «individual» permite hacer una mezcla personalizada de los ajustes.

En definitiva y como hemos mencionado líneas atrás, son muchos los años y los coches de distintas categorías y segmentos, que han pasado por nuestras manos, pero como éste R8 V10, pocos por no decir ninguno, nos ha satisfecho tanto. ¿Será porque no gusta la música celestial?


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