Buen número de trabajadores se quejan habitualmente de sus jefes, valoran negativamente su proceder, critican lo mal o bien valorados que están y se cuestionan si, realmente, aportan algo al equipo. Al ser opiniones personales depende de la visión de cada trabajador pero, en ocasiones, estas valoraciones deben ser tenidas en cuenta porque pueden revelar si nos encontramos ante un mal liderazgo. Juan San Andrés (
www.juansanandres.com/), experto en productividad y factor humano, aporta algunas de las claves que hemos de tener en cuenta para saber si nuestro jefe es un mal líder.
Desorganización. La desorganización de las labores de trabajo refleja que estamos ante un líder que no ha establecido un plan para lograr los objetivos de la compañía. Cuando un empleado no sabe exactamente cuáles son sus tareas, a qué elementos de su trabajo tiene que dar prioridad ni a qué compañero debe recurrir para solventar una incidencia puede estar casi seguro de que su jefe carece de liderazgo. “Los jefes deben fijar objetivos, diseñar y estructurar los procesos de trabajo para que la rutina no se instaure en la plantilla. Además, deben realizar un seguimiento del cumplimiento de los objetivos para que los resultados no sean los mínimos posibles”, detalla San Andrés.
Desmotivación. Si la desmotivación se ha instalado entre los subordinados estamos ante la figura de un mal líder. Lograr un equipo motivado es clave para tener éxito ya que conseguir o no los objetivos depende de la implicación de los trabajadores. “Si un empleado desconoce cuál es el papel que su trabajo juega en la empresa no pondrá todo su interés en superar los obstáculos que se le presenten ya que, al primer fallo, abandonarán esa tarea”, explica Juan San Andrés.
Un riesgo añadido que conlleva tener un jefe poco motivador es que, muy probablemente, sus colaboradores no hablen bien de la compañía ni la recomienden. Para los empleados, el jefe es un modelo a imitar y si carece de liderazgo los trabajadores volcarán en sus tareas sólo una fracción del valor y compromiso que podrían llegar a aportar en caso de tener un buen líder.
Escasa influencia. La capacidad de influir en otros jefes situados en su misma escala es otro elemento que destaca las carencias de un mal líder. Los empleados detectan cuándo un jefe tiene menos operatividad que los de otros departamentos lo que hace que ellos mismo se sientan infravalorados. Normalmente, este punto se alcanza por los dos anteriores, “la falta de objetivos determina la falta de logros y éstos la falta de influencia en sus pares, sus jefes y sus colaboradores”, señala San Andrés. Así, si un líder pierde el poder de obtener cosas de su jefe, sus colaboradores dejarán de apreciarle.
Discurso grandilocuente. Un trabajador que escuche a su jefe recurrir a menudo al “esfuerzo y compromiso que espera de sus colaboradores” como fórmula universal para alcanzar los objetivos puede empezar a considerar que está ante un mal líder. Los jefes que carecen de dotes de liderazgo suelen apelar a conceptos como sacrificio, colaboración, comunicación o cooperación. Estos discursos suelen contrastar con la actuación del propio jefe donde estas actitudes no se perciben lo que les hace perder un atributo esencial de los líderes: la credibilidad.
Según Juan San Andrés, “el coste de oportunidad de los malos líderes es incalculable puesto que de él depende la dirección del equipo. Y, de éstos, a su vez, depende el éxito de la empresa”.