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7 propósitos de un buen programa educativo para 2017
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7 propósitos de un buen programa educativo para 2017

lunes 11 de septiembre de 2017, 13:52h
TBS Barcelona detalla los puntos que debe tener en cuenta un buen programa educativo en este nuevo año.
En pleno debate sobre el modelo de sistema educativo que debería tomar España y con el inicio de un nuevo curso, el campus catalán de Toulouse Business School ha identificado siete propósitos que debería incluir un buen programa educativo. Gabriel Zuñiga, Director de Estudios de TBS Barcelona explica que “la enseñanza superior se enfrenta a nuevos retos y cambios profundos que obligan a las escuelas a adaptar sus estructuras y políticas a estos cambios sociales”. TBS Barcelona ha identificado siete aspectos que debe incluir un buen programa de formación de futuros profesionales:

1- Seleccionar a los estudiantes usando criterios de capacidad cognitiva y de competencias interpersonales:

En muchos sistemas educativos, la admisión a un programa se basa en medidas de aptitud cognitiva, incluyendo indicadores de razonamiento, conocimiento o una mezcla de ambos. En este grupo se encuentran las notas de secundaria, puntuación en pruebas como la Selectividad (España), la PSU (Chile) o el SAT (EE.UU). Evidentemente, alguien con más capacidad cognitiva tiene más probabilidades de convertirse en un buen estudiante y con el tiempo en un buen profesional. Sin embargo, ya empieza a estar bastante comprobado que la capacidad intelectual, por sí sola, no explica el desempeño profesional y que las competencias personales inespecíficas y las interpersonales, tienen un rol clave en la efectividad laboral.

2- Proponer planes de estudio dinámicos:

¿Quién dijo que lo mejor para un currículum educativo es la estabilidad? La poca agilidad para modificar planes de estudio implica menos capacidad de reacción a los cambios en la sociedad y el mercado laboral, y por tanto más riesgo de quedar obsoleto en áreas emergentes. Por muy bueno que sea un plan de estudios, en los tiempos actuales, no existe ningún entorno que, por el ritmo de cambio tecnológico, no sea dinámico o muy dinámico. Actualizar las materias y temarios de los planes de estudio adaptándolos a las nuevas tendencias es un aspecto clave para poder formar a profesionales competentes y que puedan tener éxito en el futuro.

3- Incluir a profesionales de la educación en el diseño de CV, sistemas de evaluación, control de calidad o cualquier otro proceso relevante:

¿Verdad que un arquitecto no se lanza a construir un puente sin implicar a un ingeniero? ¿O que no se monta una editorial donde no trabaje nadie que haya estudiado filología? ¿Por qué entonces se piensa que basta con tener conocimiento experto sobre la materia que se quiere enseñar para tomar decisiones sobre objetivos, sistemas de evaluación, reglas de convivencia, medios de medir el aprendizaje, etc.? Quizás porque la educación se ve como una disciplina maruja, donde no hace falta aplicar conocimiento científico o técnico para tomar buenas decisiones cuando las intenciones están claras. Pero sí que importa tener una mirada experta puesta en el fenómeno educativo, en cómo la gente aprende, para valorar y asesorar en todo aquello que enseñar abarca de manera implícita.

4- Fomentar el equilibrio entre conocimiento científico y profesional:

Hay quienes piensan que, en un programa que forma futuros profesionales, la teoría se tendría que reducir al mínimo y se centran en la técnica. Estos no comprenden que la teoría es necesaria para explicar el mundo, porque relaciona los fenómenos que se experimentan con un cuerpo de conocimientos pre-existentes y que sin ella estaríamos condenados a descubrir recurrentemente la sopa de ajo. En management, el ejemplo de esto último lo encarnan los que confían en que los incentivos son todo lo que importa para mantener motivada a la gente (no, no es así). Pero tampoco están en lo correcto quienes piensan que la teoría es la vida y que basta conocerla al detalle para poder operar en la realidad. Un buen profesional necesita saber cómo los modelos y conceptos se adaptan para resolver problemas, cuáles son sus alcances y limitaciones y cuándo hace falta optar por el juicio propio como criterio de decisión. El balance entre el conocimiento científico y el conocimiento profesional que tendría que incluir un programa, es, efectivamente, difícil de encontrar, pero lo que es seguro es que ambos deben estar.

5- Otorgar relevancia a las prácticas:

Las prácticas profesionales son, en general, poco comunes en los planes educativos superiores o se les da poco peso en la formación. Está claro que el propósito de tantas clases y tanto conocimiento es ayudar a las personas a adquirir competencias profesionales, ¿por qué entonces, no incluir dispositivos que faciliten esta transferencia? Ese es el rol principal de las prácticas.

6- Incorporar a profesores bien formados y con empatía:

Pensar que la experiencia del profesor es suficiente para que haga buenas clases es una creencia tan inexacta como que su falta de efectividad es “porque no sabe transmitir”. Varias décadas de investigación demuestran que la efectividad de la enseñanza es un fenómeno multidimensional en el que como mínimo intervienen factores como la competencia instruccional donde, en efecto, el conocimiento del tema es clave, amén de la preparación de clases y materiales; y de la empatía que el profesor muestra con sus estudiantes, interactuando con ellos y estando disponibles. Y sí, las evaluaciones de cursos por parte de los alumnos son útiles ya que, aunque pueden tener ciertos sesgos, se ha mostrado que son válidas y que el rol del profesor es una variable más importante para explicar los resultados de la clase que otras como el contenido, el tamaño de la clase, la diversidad de los estudiantes, etc.

7- Entender las necesidades de los estudiantes:

Ignorar a los estudiantes es ignorar a un actor clave del proceso educativo y la efectividad de dicho proceso depende de lo contrario, de entender sus necesidades, sus recursos y sus puntos débiles para ayudarlos a lograr lo que persiguen. Sí, son jóvenes y la sociedad parece tender a infantilizar a las nuevas generaciones. Las instituciones privadas tienen la mala fama, de hacer lo que sea para tener contentos a sus matriculados, las muy malas, aprobando a todos, las del montón, depurando los dispositivos impopulares entre los estudiantes, como las asignaturas difíciles o el control continuo. No todo lo que permite aprender resulta grato. Un ejemplo son los trabajos de grupo cuando los equipos vienen asignados: pueden ser un sufrimiento; pero en cambio una rica experiencia de aprendizaje para quien prueba diversas estrategias de interacción y organización. Ya lo dice Kahneman (2011) que el pensamiento lento, el que tendría que ser la estrella en un aula universitaria, duele.

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