El coronavirus, además de enfermedades, está provocando rechazos injustificados. id:54788
El maldito coronavirus de Wuhan ha provocado ya miles de contagios y algunos centenares de fallecidos. Vaya por delante que una sola muerte merece preocupación, pero una vez más las medidas que se están tomando parecen un tanto exageradas, sobre todo en lo que afecta a los viajes. Rusia ha cerrado su frontera de 4.300 kilómetros con China, Estados Unidos prohíbe la entrada a extranjeros que hayan viajado a China en las últimas dos semanas, decenas de líneas aéreas, entre ellas Iberia, han suspendido sus vuelos a China, compañías de cruceros evitan la escala en Shanghái y la cambian por Singapur, las cadenas hoteleras anulan reservas... Insisto en que cualquier vida es importante pero todo parece un poco extremo.
La alarma ante un virus desconocido está justificada, pero pocos saben, ni se preocupan, porque cada año se produzcan en España 800.000 casos y que mueran unas 15.000 personas por algo aparentemente tan simple como la gripe. Tampoco se piensa, a nivel mundial, que el sarampión haya costado 140.000 vidas en 2019 o que dolencias infecciosas como el VIH, la tuberculosis, la hepatitis viral, la malaria, las enfermedades tropicales desatendidas y las infecciones de transmisión sexual matarán a unos 4 millones de personas en 2020.
Y casi tan preocupante como la enfermedad en sí es el síndrome que está provocando que he dado en llamar “chinofobia”. He visto cambiar de dirección a clientes de El Corte Inglés, al cruzarse con los abundantes compradores chinos que en estos días aprovechan las promociones del Año Nuevo Lunar dedicado a la Rata, los restaurantes de comida asiática han visto descender el número de sus clientes y hasta los chinos del “todo a cien” también registran menos ventas. En este sentido, algunos de ellos han remarcado en su defensa que todavía no hay casos confirmados en España, la mayoría ni siquiera han viajado a su país natal en años y, además, todos los productos que utilizan en los restaurantes son de origen español. Incluso a nivel médico prevalece en cierto modo el síndrome. Llevo un par de días arrastrando un catarro y cuando he ido al médico, la primera pregunta ha sido: ¿no habrás estado en China últimamente? "No, la última vez fue hace más de un año –respondí– pero la semana pasada en Fitur he compartido un almuerzo con medio centenar de chinos, nueve de ellos en mi mesa". No pareció motivo suficiente para internarme...
En Francia y Canadá, las personas de origen asiático se han manifestado en las redes sociales para repudiar las expresiones de discriminación en su contra que se han incrementado ante los temores de la propagación del coronavirus. Algunos de ellos llevan una pegatina que dice “No soy un virus”. Incluso la propia Embajada de China en España ha alertado sobre esta situación, explicando que el enemigo es el coronavirus y no lo chinos.
El rechazo hacia lo chino, contrasta con la eficaz respuesta que, en este caso, ha tenido el Gobierno del país, con hitos que solo en China se explican: aislar en pocas horas a unos 40 millones de habitantes de Wuhan y otras ciudades, construir un hospital para mil camas en solo seis días con 800 retroexcavadoras de 100 toneladas y, especialmente, la rapidez en detectar la epidemia, aislar el virus, secuenciar el genoma y compartir su información con la Organización Mundial de la Salud (OMS) así como su compromiso con la transparencia y apoyo a otros países. El propio presidente de la OMS Tedros Adhanom, ha insistido en que “la OMS se opone a cualquier restricción de viaje o comercio a China. No sabemos el daño que el virus podría causar si se expandiera a un país con un sistema sanitario más débil”.
Miedos que no causan miedo
El caso de las alertas sanitarias es similar al miedo que producen los actos de terrorismo o los accidentes de avión, por ejemplo, y las consecuencias que tienen sobre el turismo son igualmente dramáticas. Los atentados terroristas que tuvieron lugar en los últimos años en Túnez, Egipto y Turquía arruinaron el sector turístico en esos países y les está costando mucho remontar en los dos últimos años. En España sabemos mucho de terrorismo, los más de 800 muertos de ETA o los 200 del primer atentado islamista en Europa, nos lo recuerdan constantemente. Sin embargo, España sigue siendo el tercer destino turístico mundial en visitantes y el segundo en ingresos.
Grandes ciudades turísticas como Nueva York, Londres, Madrid, Barcelona, Moscú y París han sufrido ataques terroristas de distinto tipo. Sin embargo, Nueva York ha recibido a final de 2019, 13,6 millones de turistas, Londres y París superaron los 19 millones de turistas, Moscú, Barcelona y Madrid, a cierta distancia, están también entre los destinos turísticos más populares.
Enfermedad, terrorismo, accidentes son peligros inherentes al hecho de viajar. Sin embargo, no se tienen en cuenta otros riesgos mucho más graves con los que nos hemos acostumbrado a convivir. Cada día mueren más de 3.500 personas en el mundo por accidentes de tráfico (1,3 millones al año; que llegarán a más de 2 millones en 2030), según la OMS y, sin embargo, cada día nos montamos sin miedo al coche, no siempre en buenas condiciones (alcohol, cansancio, sueño, estrés...) y sin saber cómo va el que conduce en la otra dirección. Cada día hay 120.000 vuelos (el 29 de junio de 2018 se alcanzó el récord de 200.000 vuelos en un solo días) y cada año 4.380 millones de pasajeros utilizan un avión, pero nos sigue causando respeto hacerlo, no vaya a ser que... Según la OMT (Organización Mundial de Turismo) en 2019 se consiguió la cifra récord de 1.400 millones de turistas internacionales que cruzaron alguna frontera en sus viajes de placer. Y el ritmo de crecimiento no hay quien lo pare.
Los chinos, un gran negocio
Entre ellos, los chinos ocupan el primer lugar, con un total de 149,7 millones que viajaron al extranjero en 2018 frente a los apenas 10 millones que salieron de su país en el año 2000. A España llegaron 869.000 turistas chinos el pasado año y su principal actividad fueron las compras. El gasto medio del visitante chino se sitúa en 2.563 euros, una suma que está muy por encima de la del turista alemán (1.052 euros) o el francés (651 euros).
Por eso y muchas más razones, hay que seguir acogiendo a los visitantes chinos con cariño y sin temor y por eso también, entre otras cosas, no se puede renunciar a la libertad de viajar a cualquier destino porque, teóricamente, pueda ser más inseguro. Como demuestra la dura realidad, y recordaba Taleb Rifai, ex Secretario General de la OMT: “Ningún país es inmune o totalmente seguro”. Los políticos y los militares deben tomar las medidas oportunas para combatir este tipo de terrorismo y cualquier otro, usando aviones, drones o tropas, mejorando la seguridad y colaboración, aumentando la prevención, combatiendo las vías de financiación y tráfico de armas a las organizaciones terroristas... Y también las organizaciones sanitarias y los sistemas de prevención deben aprender a combatir epidemias, virus extraños y todo tipo de enfermedades. Pero los viajeros, ¿qué podemos hacer?. Obviamente, seguir viajando. Asumir que un posible ataque terrorista o una enfermedad se suma a otros riesgos del viaje: accidentes, violencia, robos, estafas...
Los españoles que viajan a China aumentan cada día, aunque aún estamos lejos de otros destinos. En 2019 han sido algo más de 150.000, creciendo a un ritmo de 8% anual, pero el país merece mucho más. Sus 5.000 años de historia, con una superficie que es 20 veces la de España, el primer país del mundo con más Patrimonio de la Humanidad, su cultura inigualable, sus variados paisajes naturales majestuosos, su rica gastronomía, su imagen moderna de rápido desarrollo... con 30.000 kilómetros de vías de alta velocidad (dos tercios del total mundial), con decenas de miles de hoteles dan para mucho. No hay que dejar de viajar a China.
Porque si los que amamos viajar, y estamos convencidos de que “el turismo sea el mejor vehículo para la paz” como dijo Juan Pablo II, nos amedrentamos, cambiamos los planes de viaje o nos quedamos en casa, de alguna forma estamos siendo cómplices del objetivo de los terroristas o de los virus malignos. Uno de sus grandes presidentes y padre de la Constitución estadounidense, Benjamín Franklin dijo: “Cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad no merece ninguna de las dos cosas”.